Como práctica habitual un gran número de familias se reúnen para almorzar. No importa si lo hacen en el salón – comedor o en una pequeña mesa en la cocina. No importa si usan una pequeña vajilla decorada en sus bordes o simples platos desgastados por el uso. El hecho es que suelen reunirse para así comer todos juntos. Esperan. Se esperan unos a otros. La esposa espera a su marido que llega cansado de trabajar. Espera a sus hijos a que salgan de los centros en los que estudian. El caso es esperar a que estén todos para juntos sentarse a la mesa y compartir lo que en ese día han vivido. En un momento dado, ya sea la cocina o el salón – comedor, se ve envuelto por un gran alboroto, a veces formado por frases sin mucho sentido y carentes de importancia, que nadie puede, ni quiere, detener. Eso es lo que pasa en las familias a la hora del almuerzo, en las grandes familias y en las pequeñas familias. Lo importante es compartir experiencias, hablar, dialogar…entonces me surge una pregunta: ¿por qué encienden el televisor si casi nadie hace caso a las noticias del medio-día?
Bueno…siempre hay quien está más pendiente de esas noticias que de su propia vida. Yo me incluyo en este último grupo.
Bueno…siempre hay quien está más pendiente de esas noticias que de su propia vida. Yo me incluyo en este último grupo.
Mi nombre es irrelevante y tampoco veo correcto explicar cómo conocí a Paul. El hecho es que la pequeña amistad que teníamos nos hizo acabar compartiendo un pequeño piso a las afueras de…bueno, esto tampoco veo que sea muy importante. En verdad, en esta vida las cosas verdaderamente importantes son las que nos callamos y las que mueren con nosotros cuando nos llega la hora; aún así, este sentimiento que me invade por dentro y que no me deja vivir quiere que lo cuente, que cuente el secreto que durante años me ha acompañado en los días más brillantes y en las noches más oscuras. No sé si se trata de alivio, tristeza, incertidumbre, desesperación, ira, miedo, decepción…¡cielos! Cuántos sustantivos que emplear y ninguno que me pueda ayudar a describir lo que siento.
Como ya comenté anteriormente no importa cómo conocí a Paul. El hecho es que terminamos viviendo juntos aunque nuestra relación era más bien extraña…pues extraño es que durante el primer mes de convivencia hablásemos lo justo; el segundo mes nos limitásemos a saludarnos al encontrarnos en el pasillo o al cruzarnos en el cuarto de baño pero al tercer mes incluso esto se acabó perdiendo. Es más, había días en los que no salía de su habitación y yo acabé haciendo lo mismo. No sé que hacía ni en los lugares a los que iba cuando salía pero una noche mí curiosidad pudo más que mi precaución.
¡Qué grande fue mi sorpresa cuando vi cómo entraba en un pub para acabar reuniéndose con la que pocos meses atrás había sido su novia formal. Sin embargo su actitud no me convencía en absoluto. Volvía a compartir su vida con la persona a la que siempre había querido y aún así no era feliz. "Son cosas suyas". "Ya se arreglarán". "Necesitan tiempo para volver a coger confianza el uno en el otro". Estas tres frases y mil más sonaban en mi mente al tiempo que decidí dar media vuelta y dejar las cosas como estaban.
La noche era fresca. Las calles estaban tranquilas por lo que sólo la luz de las farolas me saludaba al pasar frente a ellas. De vez en cuando el sonido chirriante de un grillo o el saludo lúgubre de un búho me hacían sentir que no estaba sola en este mundo aquella noche.
De repente el sonido de un golpe seco me volvió a la realidad haciendo que mis pies, tan curiosos como toda yo lo era, se dirigiesen hacia el lugar de donde había surgido aquel sonido. Y fue en ese momento cuando lo vi. Allí estaba Paul, en aquella calle sin salida llena de gatos y deshechos…y a sus pies estaba ella, la persona a la que más había querido, la persona por la que tantas noches le había visto llorar.
Ahora sé que aquella no había sido la primera vez que Paul mataba a una persona con sus propias manos. También sé que no se arrepentía en absoluto de lo que hacía. Es más. Se sentía orgulloso de tan grandes hazañas. Con cada vida arrebatada se sentía como si de un dios creador se tratase. Dios había creado el mundo en el interior de una pequeña canica de cristal. Le había dado vida a la mujer para que ella pudiese seguir creando vida cuando Él ya no estuviese y le había dado vida al hombre para que cuidase de ella y de aquellos pequeños seres que ella trajese al mundo. Pero Paul ya no quería ver las cosas de este modo. Esto ya se había acabado. La historia había cambiado. La mujer se seguiría asemejando a Dios cada vez que diese vida a un ser pero él se convertiría en Dios cada vez que arrebatase alguna de ellas. "A partir de ahora yo seré el que juzgue quién vive y quién muere. Seré yo el que decida el cómo, el cuando y el dónde…el por qué no hará falta…lo hago porque me apetece"- se decía Paul así mismo cada vez que veía ante él el pobre cuerpo sin vida y mutilado ya fuese de un amigo o de un desconocido.
A pocos pasos de él yacía el cuerpo sin vida de la joven que poco tiempo atrás había compartido tan buenos momentos con aquella persona que en esos momentos ni yo conocía.
Paul miró la escena antes de volver a centrarse en la sangre que cubría sus manos. "Precioso"- le oí decir entre dientes mientras contemplaba el cuerpo inerte de aquella chica. La sangre que en ese momento cubría sus manos era de un rojo tan intenso y tan brillante que no parecía real. Paul la sentía suave, como si de terciopelo se tratase; clara, como el día más hermoso; y fresca, como el arroyo más puro. Recuerdo que había sangre por todas partes. Cubría el pavimento y se respiraba en el aire…incluso hubo un momento en el que me sentí salpicada por ella. Yo estaba aterrorizada mientras que a Paul le satisfacía más que el mejor polvo que nunca hubiese echado. Le gustaba su tacto, su olor, su color…incluso la sensación que le provocaba en su cuerpo.
La sangre resbalaba entre sus dedos como si quisiese volver al cuerpo del que había salido. Paul no podía apartar la mirada de sus manos. Sabía que en el momento en el que retirase la sangre de sus manos, en ese momento desaparecería todo.
De repente vi como Paul de forma casi impulsiva se acercaba la palma de su mano derecha hacia su boca. Los dedos meñique, anular y corazón fueron los primeros en sentir como la lengua limpiaba la sangre que había cubierto su piel pocos minutos antes. "Cielos…cómo me gusta."- le oí susurrarse a sí mismo.