jueves, 24 de enero de 2008

Paul (el comienzo)

Como práctica habitual un gran número de familias se reúnen para almorzar. No importa si lo hacen en el salón – comedor o en una pequeña mesa en la cocina. No importa si usan una pequeña vajilla decorada en sus bordes o simples platos desgastados por el uso. El hecho es que suelen reunirse para así comer todos juntos. Esperan. Se esperan unos a otros. La esposa espera a su marido que llega cansado de trabajar. Espera a sus hijos a que salgan de los centros en los que estudian. El caso es esperar a que estén todos para juntos sentarse a la mesa y compartir lo que en ese día han vivido. En un momento dado, ya sea la cocina o el salón – comedor, se ve envuelto por un gran alboroto, a veces formado por frases sin mucho sentido y carentes de importancia, que nadie puede, ni quiere, detener. Eso es lo que pasa en las familias a la hora del almuerzo, en las grandes familias y en las pequeñas familias. Lo importante es compartir experiencias, hablar, dialogar…entonces me surge una pregunta: ¿por qué encienden el televisor si casi nadie hace caso a las noticias del medio-día?

Bueno…siempre hay quien está más pendiente de esas noticias que de su propia vida. Yo me incluyo en este último grupo.


Mi nombre es irrelevante y tampoco veo correcto explicar cómo conocí a Paul. El hecho es que la pequeña amistad que teníamos nos hizo acabar compartiendo un pequeño piso a las afueras de…bueno, esto tampoco veo que sea muy importante. En verdad, en esta vida las cosas verdaderamente importantes son las que nos callamos y las que mueren con nosotros cuando nos llega la hora; aún así, este sentimiento que me invade por dentro y que no me deja vivir quiere que lo cuente, que cuente el secreto que durante años me ha acompañado en los días más brillantes y en las noches más oscuras. No sé si se trata de alivio, tristeza, incertidumbre, desesperación, ira, miedo, decepción…¡cielos! Cuántos sustantivos que emplear y ninguno que me pueda ayudar a describir lo que siento.

Como ya comenté anteriormente no importa cómo conocí a Paul. El hecho es que terminamos viviendo juntos aunque nuestra relación era más bien extraña…pues extraño es que durante el primer mes de convivencia hablásemos lo justo; el segundo mes nos limitásemos a saludarnos al encontrarnos en el pasillo o al cruzarnos en el cuarto de baño pero al tercer mes incluso esto se acabó perdiendo. Es más, había días en los que no salía de su habitación y yo acabé haciendo lo mismo. No sé que hacía ni en los lugares a los que iba cuando salía pero una noche mí curiosidad pudo más que mi precaución.

¡Qué grande fue mi sorpresa cuando vi cómo entraba en un pub para acabar reuniéndose con la que pocos meses atrás había sido su novia formal. Sin embargo su actitud no me convencía en absoluto. Volvía a compartir su vida con la persona a la que siempre había querido y aún así no era feliz. "Son cosas suyas". "Ya se arreglarán". "Necesitan tiempo para volver a coger confianza el uno en el otro". Estas tres frases y mil más sonaban en mi mente al tiempo que decidí dar media vuelta y dejar las cosas como estaban.

La noche era fresca. Las calles estaban tranquilas por lo que sólo la luz de las farolas me saludaba al pasar frente a ellas. De vez en cuando el sonido chirriante de un grillo o el saludo lúgubre de un búho me hacían sentir que no estaba sola en este mundo aquella noche.

De repente el sonido de un golpe seco me volvió a la realidad haciendo que mis pies, tan curiosos como toda yo lo era, se dirigiesen hacia el lugar de donde había surgido aquel sonido. Y fue en ese momento cuando lo vi. Allí estaba Paul, en aquella calle sin salida llena de gatos y deshechos…y a sus pies estaba ella, la persona a la que más había querido, la persona por la que tantas noches le había visto llorar.

Ahora sé que aquella no había sido la primera vez que Paul mataba a una persona con sus propias manos. También sé que no se arrepentía en absoluto de lo que hacía. Es más. Se sentía orgulloso de tan grandes hazañas. Con cada vida arrebatada se sentía como si de un dios creador se tratase. Dios había creado el mundo en el interior de una pequeña canica de cristal. Le había dado vida a la mujer para que ella pudiese seguir creando vida cuando Él ya no estuviese y le había dado vida al hombre para que cuidase de ella y de aquellos pequeños seres que ella trajese al mundo. Pero Paul ya no quería ver las cosas de este modo. Esto ya se había acabado. La historia había cambiado. La mujer se seguiría asemejando a Dios cada vez que diese vida a un ser pero él se convertiría en Dios cada vez que arrebatase alguna de ellas. "A partir de ahora yo seré el que juzgue quién vive y quién muere. Seré yo el que decida el cómo, el cuando y el dónde…el por qué no hará falta…lo hago porque me apetece"- se decía Paul así mismo cada vez que veía ante él el pobre cuerpo sin vida y mutilado ya fuese de un amigo o de un desconocido.


A pocos pasos de él yacía el cuerpo sin vida de la joven que poco tiempo atrás había compartido tan buenos momentos con aquella persona que en esos momentos ni yo conocía.

Paul miró la escena antes de volver a centrarse en la sangre que cubría sus manos. "Precioso"- le oí decir entre dientes mientras contemplaba el cuerpo inerte de aquella chica. La sangre que en ese momento cubría sus manos era de un rojo tan intenso y tan brillante que no parecía real. Paul la sentía suave, como si de terciopelo se tratase; clara, como el día más hermoso; y fresca, como el arroyo más puro. Recuerdo que había sangre por todas partes. Cubría el pavimento y se respiraba en el aire…incluso hubo un momento en el que me sentí salpicada por ella. Yo estaba aterrorizada mientras que a Paul le satisfacía más que el mejor polvo que nunca hubiese echado. Le gustaba su tacto, su olor, su color…incluso la sensación que le provocaba en su cuerpo.


La sangre resbalaba entre sus dedos como si quisiese volver al cuerpo del que había salido. Paul no podía apartar la mirada de sus manos. Sabía que en el momento en el que retirase la sangre de sus manos, en ese momento desaparecería todo.

De repente vi como Paul de forma casi impulsiva se acercaba la palma de su mano derecha hacia su boca. Los dedos meñique, anular y corazón fueron los primeros en sentir como la lengua limpiaba la sangre que había cubierto su piel pocos minutos antes. "Cielos…cómo me gusta."- le oí susurrarse a sí mismo.

Paul

A la mañana siguiente no había rastro alguno de aquella chica por ningún lado. No se sabe con certeza lo que Paul había hecho con su cuerpo ni el lugar en el que lo hubiese enterrado…en el caso de que lo hubiese enterrado en algún lugar. Sólo sus familiares y amigos sabían que algo malo había sucedido y claro, yo por supuesto, sabía que algo malo había sucedido. El por qué no dije nada. El por qué me mantuve callada mientras esa familia lloraba a gritos aún no lo sé pero sé que mi silencio me salvó la vida.

Aquella noche, después de haber presenciado como Paul se convertía en un monstruo, recuerdo que contuve la respiración durante unos minutos creyendo que mi propia respiración podría delatarme. Di unos cuantos pasos hacia atrás para alejarme de aquel horrible lugar y cuando creí que ya estaba fuera de aquella pesadilla eché a correr como nunca antes lo había hecho. El que esa noche me hubiese visto corriendo de aquella manera podría haber pensado que alguien me perseguía. Y no era así. Nadie me persiguió aquella noche. Ahora sé que nadie corrió tras de mí aquella noche. Lo que no sabía es que el recuerdo de lo que ví se iba a quedar grabado en mi mente para siempre y que aquellas escenas que presencié me perseguirían durante toda mi vida por más que hubiese corrido aquella noche.

Recuerdo que las piernas me quemaban de tal modo que llegué a pensar que aquello podría ser el principio de una lesión grave. Hubo un momento en el que me las sentí tan hinchadas que creo que le faltaron espacio dentro del pantalón vaquero desgastado que esa noche llevaba puesto.

No me llevó mucho tiempo alcanzar el portal del edificio en el que se encontraba la casa que compartía con Paul. La puerta del portal estaba abierta aunque los tramos de escaleras hasta la quinta planta parecían no tener fin. Varias veces mis pasos torpes, inseguros y temblorosos tropezaban con el filo de algún escalón haciendo que mi cuerpo se desplomase como si de un muñeco de trapo se tratase sobre la hilera de escaleras que aún me quedaban por subir. Las palmas sonrosadas de mis manos ya magulladas se llevaban todos los golpes pero el temblor que recorría todo mi cuerpo en ese momento junto con el estado de "shock" en el que me encontraba no me hacía sentir el dolor o las molestias que aquellas caídas me pudiesen provocar.

La verdad es que era un fastidio el hecho de vivir en una casa situada en una quinta planta de un edificio sin ascensor. Sin embargo en esa situación por nada en el mundo me hubiese introducido en alguno de ellos. La idea de llegar a la quinta planta y encontrarme frente a Paul al abrir la puerta del mismo me dejaba sin respiración.

En pocos menos de un minuto que para mí se convirtió en poco más de una hora me encontraba frente a la puerta de nuestra casa. No obstante me llevó más de diez minutos el poder abrir la puerta que me conduciría a un lugar que creí seguro. Es sencillo buscar el conjunto de llaves en el interior de un bolso, elegir una entre seis, incrustar la llave elegida en la cerradura de la puerta y dar un par de vueltas hacia la derecha…pero cuando tus manos tiemblan de una forma inusual, el sudor que cubre tu frente hace que te escuezan los ojos y los latidos de tu corazón te están provocando una taquicardia que casi te impide respirar la cosa se complica.


Al final logré entrar en casa. Me puse el pijama lo mas rápido que pude y me metí en la cama. Pocos minutos después de esto escuché como la llave de Paul abría la puerta de casa. Sentí como un escalofrío recorrió mi cuerpo y como un sudor frío me bañaba de pies a cabeza.

Todo estaba en silencio. Podía escuchar perfectamente los latidos de mi corazón. Éstos retumbaban en la habitación de tal modo que parecía que algún vecino estaba dando golpes en algunas de las paredes colindantes. Por más que lo intentaba no podía relajarme. Mi corazón centrado en su afán por salir de mi pecho y el sonido estremecedor que provocaba el ritmo de sus latidos que casi se podían saborear me impedía concentrarme en otras cosas, en otros pensamientos, en otras imágenes diferentes a las que en ese momento se habían hecho dueñas de mi mente.

Paul golpeó de forma tranquila y elegante la puerta de mi habitación antes de abrirla. En la oscuridad de la noche logré apreciar su figura esbelta y ví como la luz de la luna que se colaba por la ventana le hacía frente a sus ojos azules. Paul entró en la habitación. "Hace frío esta noche para que tengas la ventana abierta"- me dijo. Yo no le contesté. Me limité a mirarlo fijamente. Él también me miró durante unos segundos antes de dirigirse nuevamente hacia la puerta. Sus manos fuertes, grandes y hasta hacía poco cubiertas de sangre, se apoyaron en el pomo de ésta. "¿Has salido esta noche?"- preguntó dándome la espalda. "No…¿por qué me lo preguntas?"- le respondí mientras notaba como la sangre se movía a gran velocidad por el interior de mis venas y arterias. No me contestó y desapareció tras la puerta. Si alguien en ese momento me hubiese mirado a los ojos me hubiese visto las pupilas tan dilatadas que se hubiese llegado a asustar.


Cielos…no sé por qué no salí corriendo; no sé por qué no llamé a la policía; no sé por qué actúe de la forma en la que lo hice. Simplemente me quedé parte de la noche acurrucada en la cama, abrazando con tal fuerza la almohada que si hubiese sido el cuerpo de una persona le habrían acabado saliendo los órganos por la boca, salpicándome la sangre a la cara. Pensaba en esta situación un tanto irreal y surrealista y de nuevo me envolvía la misma escena que pocos minutos antes había presenciado en aquella calle sin salida. De repente una insoportable sensación de angustia invadía mi cuerpo y tenía la boca tan seca que el malestar se hacía cada vez mayor.

Por esta razón decidí abrir la puerta del dormitorio, dirigirme hacia la cocina y beber un poco de agua. El salón estaba tranquilo, la puerta de la habitación de Paul, cerrada, y la cocina en perfectas condiciones. Lo más seguro es que Paul se hubiese acostado sin cenar ya que tenía por costumbre no recoger nada hasta que otro llegase a quitar sus cosas de en medio.

Paul (el final)

Todo estaba oscuro. La única luz que alumbraba aquella dependencia la proporcionaba la luz de la luna que se introducía a través de la pequeña ventana que daba al patio interior. Aun así no se veía nada pero el miedo de despertar a Paul si veía la luz de la cocina encendida era más grande que el miedo de tropezar con algún objeto o de pisar alguna cucaracha que de vez en cuando correteaba por allí.

Así que al final, con la luz apagada y los pies descalzos, pasé el umbral que daba a la cocina. Cogí un vaso de agua, me dirigí al frigorífico y al abrirlo la luz que salió de él me encandiló de tal manera que durante unos segundos tuve que cerrar los ojos. Cuando los abrí, y con la puerta del frigorífico aún abierta, me eché medio vaso de agua, volví a colocar la botella en su lugar, cerré el frigorífico y lentamente me dí la vuelta con la idea de apoyarme en él mientras me bebía aquel vaso de agua.

Aquel dulce sorbo de agua nunca llegó a mi boca pues cuando más cerca estaban mis labios de aquel vaso mis ojos negros se encontraron con la mirada azul de Paul. Él había estado allí, sentado a oscuras durante todo ese tiempo y no me había dado cuenta de su presencia. Ahora su presencia había hecho que el vaso de agua se me resbalase de las manos, cayendo al suelo y haciéndose mil pedazos. El agua se esparció por doquier. "¿Te he asustado?"- me preguntó. "No te esperaba"- le contesté. Con paso firme me dirigí hacia mi dormitorio cuando escuché a Paul preguntar "¿no vas a beber agua?". Me di la vuelta, abrí nuevamente la puerta del frigorífico y bebí de la misma botella. No me importaba dejar las babas en ella pero sí que Paul notase que todo mi cuerpo estaba temblando.

Días después de aquello todo volvió a la normalidad. Si Paul siguió matando a gente no lo sé. De vez en cuando me encontraba a mí misma leyendo los carteles de "chica desaparecida" que se habían hecho habituales en cada farola, parada de autobús o comercio de la ciudad.


Tres meses más tarde la policía se presentó en casa. El que ya no se hablase del caso no quería decir que éste se hubiese olvidado y por métodos o procedimientos que yo no conozco dieron con el asesino de aquella joven. Un agente le puso las esposas mientras que otro le leía sus derechos. Mientras veía cómo se lo llevaban un tercer agente se me acercó para informarme de que aquella persona con la que había estado compartiendo el piso era el causante de la desaparición y posible muerte de una joven y se creía que había hecho lo mismo con otras tantas personas; que aun no tenían pruebas de las otras desapariciones y supuestos crímenes pero que iban a investigar y que yo había sido muy afortunada al no haber sufrido daño alguno conviviendo con semejante "animal".

Yo no dije nada. Siempre se dio por hecho que yo no sabía nada. Y ese fue el día en el que ví a Paul por última vez. Después de su arresto y tras ver cómo desaparecía tras la puerta de la casa respiré profundamente y caí desplomada en el sillón del salón.

Veinte minutos antes de que aquella escena tuviese lugar Paul me había mirado fijamente a los ojos y con pasos lentos y torpes había llegado junto a mí para susurrarme al oído: "Siempre supe que tú lo sabías". Tras esto escuché unas voces: "Policía. Abran la puerta". Paul se giró para abrir la puerta. Yo le cogí del brazo antes de que lo hiciese. Él clavó la mirada en la mano que lo sujetaba y luego la dirigió hacia mí. "¿Por qué no me mataste aquella noche?". "Te seguí durante días esperando a que me delatases pero nunca lo hiciste. Si esa noche o algún otro día lo hubieses hecho no lo habría dudado pero nuca lo hiciste. Aún no sé por qué te callaste. Esa noche estabas muerta de miedo y aun así te quedaste aquí, en esta casa, a mi lado. Esa noche te ganaste mi respeto, mi admiración".


Paul se dio la vuelta y abrió la puerta dejando que los policías cumpliesen con su obligación. "Ahora tengo que irme. No puedo seguir aquí, no puedo…." Nunca llegó a terminar la frase. Abrió la puerta. Los tres agentes entraron como locos en casa y nunca llegó a acabar la frase.


Aquella fue la última vez que lo vi. Nunca pude ir a visitarlo a la cárcel porque él nunca llegó a la cárcel. No habían pasado ni tres horas desde que aquellos policías se lo habían llevado esposado cuando un grupo de unos siete hombres entraron en casa buscando por todas partes alguna pista que les pudiese llevar hasta su paradero. Sí. Paul nunca llegó a su destino. El coche patrulla en el que iba apareció abandonado en una cuneta. Podría haberse tratado de un accidente pero los cuerpos de los policías que iban en él nunca aparecieron. El del agente que se dirigió a mí para informarme del arresto de Paul tampoco apareció. Él no iba en ese coche patrulla. De hecho parece ser que una vez que salieron de casa llegó a tomar una dirección diferente lo que explica que su coche no apareciese en aquella cuneta sino abandonado en una cala desierta a la que poco antes una patera acababa de llegar. Pero de su cuerpo no había ningún rastro. Era como si se hubiesen desvanecido en el tiempo. Como si nunca hubiesen existido. Quizá estuviesen en el mismo lugar en el que se encontraba aquella chica del bar. Son cosas que nunca se llegaron a saber, una información que nunca se llegó a conocer.

Yo me fui de aquel lugar. Ahora vivo sola en un pequeño estudio y gracias a dios no tengo habitaciones para alquilar o conocidos con los que compartir mi pequeño espacio pero el recuerdo de Paul nunca podré borrarlo de mi memoria. Sus ojos siempre estarán ahí, mirándome en la noche más oscura. La frase que nunca llegó a terminar siempre estará dando vueltas por mi cabeza y su recuerdo siempre estará presente en cada noticia sobre personas desaparecidas.

Son muchas las personas que a la hora de comer se reúnen y ponen las noticias, aunque no le prestan la más mínima atención a los sucesos. Yo, sin embargo, miro el televisor y escucho atentamente cada una de ellas. Quizá algún día hablen de Paul.

martes, 22 de enero de 2008

Los verdaderos amigos

Un hombre, su caballo y su perro, caminaban por una calle. Después de mucho caminar, el hombre se dió cuenta que los tres habían muerto en un accidente. Hay veces que lleva un tiempo para que los muertos se den cuenta de su nueva condición.

La caminata era muy larga, cuesta arriba, el sol era fuerte y los tres estaban empapados en sudor y tenían mucha sed. En una curva del camino avistaron un portón magnífico, todo de mármol, que conducía a una plaza calzada con bloques de oro, en el centro de la cual había una fuente de donde brotaba agua cristalina. El caminante se dirigió al hombre que cuidaba de la entrada.
- Buenos días - dijo el caminante
- Buenos días - respondió el hombre
- ¿Qué lugar es éste? - preguntó el caminante
- Esto es el cielo - fue la respuesta
- ¡Qué bueno que llegasemos al cielo, estamos sedientos!- dijo el caminante
- Usted puede entrar a beber agua pero aquí no se permite la entrada de animales.

El hombre se sintió muy decepcionado más él no bebería si sus amigos no lo hacían así que prosiguió su camino. Después de mucho caminar cuesta arriba, con la sed y el cansancio multiplicados, llegaron a un sitio, cuya entrada estaba marcada por un portón viejo semi-abierto. El portón daba a un camino de tierra, con árboles a ambos lados que le hacían sombra. A la sombra de uno de los árboles un hombre estaba recostado, con la cabeza cubierta por un sombrero, parecía que dormía...
- Buenos días - dijo el caminante
- Buenos días - respondió el hombre
- Tenemos mucha sed, yo, mi caballo y mi perro.
- Hay una fuente en aquellas piedras - dijo el hombre indicando el lugar.

El hombre, el caballo y el perro fueron hasta la fuente y saciaron su sed.
- Muchas gracias - dijo el caminante al salir.
- Vuelvan cuando quieran - respondió el hombre
- A propósito - dijo el caminante - ¿cuál es el nombre de este lugar?
- Cielo – respondió el hombre.
- ¿Cielo? ¡Más si el hombre en la guardia de al lado del portón de mármol me dijo que aquel lugar era el cielo!
- Aquello no es el cielo, aquello es el infierno.

El caminante quedó perplejo
- Más entonces - dijo el caminante - esa información falsa debe causar grandes confusiones.
- De ninguna manera - respondió el hombre - En verdad ellos nos hacen un gran favor. Porque allí quedan aquéllos que son capaces de abandonar a sus mejores amigos.



sábado, 5 de enero de 2008

El escondite de los sentimientos

Cuentan que una vez se reunieron en un lugar de la tierra todos los sentimientos y cualidades de los hombres. Cuando El Aburrimiento había bostezado por tercera vez, La Locura, tan loca como siempre, les propuso: "¿Jugamos al escondite?". La Intriga levantó la ceja intrigada y La Curiosidad, sin poder contenerse, preguntó: "¿Al escondite? ¿Y cómo se juega al escondite?"; "Es un juego en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde el número uno hasta un millón mientras vosotros os escondéis y cuando yo haya terminado de contar, el primero que encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego"- le explicó La Locura. El Entusiasmo bailó secundado por La Euforia; La Alegría dió tantos saltos que terminó por convencer a La Duda, e incluso a La Apatía, a la que nunca le interesaba nada. Pero no todos quisieron participar, La Verdad prefirió no esconderse. ¿Para qué?, si al final siempre la hallaban, La Soberbia opinó que era un juego muy tonto (en verdad lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido de ella) y La Cobardía, EL miedo y el Temor prefirieron no arriesgarse...


Uno, dos, tres...comenzó a contar La Locura. La primera en esconderse fue La Pereza que, como siempre, se dejó caer tras la primera piedra del camino, La Fe subió al cielo y La Envidia se escondió tras la sombra del Triunfo que con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto. La Generosidad casi no alcanzaba a esconderse, cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos: ¿un lago cristalino? Ideal para La Belleza; ¿la hendija de un árbol? Perfecto para La Timidez; ¿el vuelo de la mariposa? Lo mejor para La Voluptuosidad; ¿una ráfaga de viento? Magnifico para La Libertad.... Así terminó por ocultarse en un rayito de sol.




El Egoismo en cambio encontró un sitio muy bueno desde el principio, ventilado, cómodo...pero sólo para él; La Mentira se escondió en el fondo de los océanos (¡mentira!,en realidad se escondió detrás del arco iris) y La Pasión y El Deseo en el centro de los volcanes; El Olvido se olvidó de esconderse ...




Cuando La Locura contaba 999 999, El Amor aún no había encontrado un sitio para esconderse, pues todo se encontraba ocupado, hasta que divisó un rosal y enternecido decidió esconderse entre sus flores. "Un millón" - contó La Locura y comenzó a buscar. La primera en aparecer fue La Pereza, sólo a tres pasos de una piedra. Después se escuchó a La Fe discutiendo con Dios en el cielo y a La Pasión y Al Deseo en el vibrar de los volcanes. En un descuido encontró a La Envidia y pudo deducir donde estaba El Triunfo. Al Egoismo no tuvo ni que buscarlo. Él solito salió disparado de su escondite que había resultado ser un nido de avispas. De tanto caminar sintió sed y al acercarse al lago descubrió a La Belleza. Y con La Duda resulto más fácil aún pues la encontró sentada sobre una cerca sin decidir aún de que lado esconderse. Así fue encontrando a todos, Al Talento entre la hierba fresca, a La Angustia en una oscura cueva, a La Mentira detrás del arco iris... (¡mentira!, si ella estaba en el fondo del océano) y hasta Al Olvido... que se le había olvidado que estaba jugando, pero El Amor no aparecía por ningún sitio. La Locura buscó detrás de cada árbol, bajo cada arroyo, en la cima de las montañas... y cuando estaba por darse por vencida divisó un rosal; tomó una horquilla y comenzó a mover las ramas, cuando de pronto un doloroso grito se escuchó. Las espinas habían herido en los ojos Al Amor. La Locura no sabía que hacer para disculparse, lloró, rogó, imploró, pidió perdón y como se sentía muy culpable le prometió ser su lazarillo. Por eso, desde entonces, El Amor es ciego y La Locura siempre lo acompaña.